jueves, 20 de diciembre de 2012

Ojalá alguien cuide de mi poni



Ayer, viernes 30 de diciembre, como a eso de las 9 de la noche, estaba poniéndome una buena peda con un par de amigos en casa del Pitirijas; ya saben, hay que ir entrando en calor para las fiestecitas del fin de año. Con tres caguamas encima y unos buenos tanques de mostaza ya todo comenzaba a darme vueltitas. Me levanté de mi asiento a petición de mi vejiga, encaminándome con paso tambaleante a miarbolito y, después de descargar un prolongado chorro del dorado líquido de los dioses del orinimpo, me dispuse a lavarme las manos; pedo-pedo, pero limpio. De pronto, me percaté de que en el espejo del baño comenzó a formarse una figura nebulosa, y antes de que pudiera descifrar qué chingados estaba pasando, ya había un rostro nítidamente dibujado. Era como el wey del espejo de la bruja en el cuento de blanca nieves, pero este estaba prieto y traía en la cabeza una madre parecida a las chingaderas que se pone Alejandra Guzmán en sus conciertos. De inmediato se dio color de mi cara de “qué putas”, y cuando vio que iba a salir hecho la chingada, y antes de que mis patitas reaccionaran, me dijo:

-Mira, cabroncito, mírame bien, soy un pinche maya, y de los chingones, no creas que cualquier mamada. Me dieron oportunidad de advertirle a veinte humanos que en realidad el mundo, ese pinche mundo hermoso en el que yo mismo habité, pero que ustedes han convertido en la mierda más culera del universo, efectivamente se va ir a la chingada. Al saber esto, mi plan fue avisarle a algunas personas que yo consideré que disfrutarían al máximo este último día, que estarían con sus familias y les demostrarían todo lo que las quieren. Pero ya estoy muy cansado de andar como pendejo apareciendo en todas partes y además me parece bastante interesante saber qué hará en su último día un pinche fracasado borracho como tú. Regresaré mañana mismo, justo unos minutos antes de que todo se vaya a la chingada, para que me cuentes lo que hiciste y ver si valió la pena quemar este chance contigo. Siéntete libre de hacer lo que quieras, al fin ya nomás te queda este día. Apenas terminó de decir eso su rostro desapareció súbitamente del espejo.

“A la verga”, pensé. Salí del baño y le conté a mis amigos, pero traían una risueña de aquellas, y contándoles yo lo que me acababa de suceder se cagaban de la pinche hasta que se les salían las lágrimas. Los mandé a la mierda. Me chingué un buen buche de chela y salí a pensar qué iba a hacer. Un día anterior había recibido el pago de mi quincena, tenía suficiente dinero como para comprar una buena dosis de chelas, pero para qué putas quería dinero si podía hacer lo que se me ocurriera sin necesitar esa mierda que tanto daño le ha hecho a la humanidad.

Llegué a mi casa; estaba sola como siempre -como estaba yo siempre que estaba en ella-. No les contaré todo el desmadre que hice ahí porque eso es perder tiempo, sólo les diré que a las 12 de la noche exactamente, justo empezando el día 31, ya estaba yo bien preparado para disfrutar como nadie el último puto día del mundo. Salí de mi casa con un disfraz de payaso, uno que había utilizado el año anterior en una obrilla de teatro a la que me invitaron unos cuates. Ya bien disfrazado, como todo buen pendejo que se enfrenta a su último día de existencia, preparé una lista de las cosas que pretendía hacer.
Salí a la calle y detuve al primer taxi que pasó.

-Bájese a la chingada.
-No me haga nada, por favor. – Exclamó el taxista sin quitarle su pinche mirada aterrorizada a mi pistolita (de agua).
-Que te bajes, putito, déjate de jotadas.

El chofer descendió del vehículo cagado de miedo y yo me monté frente al volante con la pinche arrogancia más cabrona del universo.  “Ja-ja, pendejo”,  y presionando el gatillo de mi fusca, me aventé un chorrito de whisky en el hocico. “¿Y ahora qué?”, me dije a mí mismo. Saqué de entre mi pinche peluca de colores la listita de las cosas que iba a hacer y me quedé viéndola. La leí de principio a fin y determiné que eran puras mamadas, pero al fin qué, no creo que nadie en su último día de existencia vaya a planear quedarse a ver películas en su pinche casa o a dormirse temprano para que el apocalipsis lo agarrara bien descansadito.
Para que vean de lo que les hablo, les mostraré las acciones que más o menos contenía mi listado y que, valiéndome verga todo, realizaría para poder desaparecer feliz.

1.- Disfrazarme de payaso (tenía que estar vestido de algo que representara la alegría de saber que, junto conmigo, se iba a morir toda la pinche basura de la humanidad).
2.- Robar algo, preferiblemente un vehículo para poder hacer el desmadre.
3.- Gastarme el dinero de mi quincena en una putita bien sabrosa (esto no era nada nuevo, pero de todas maneras se me antojó hacerlo en mi pinche último día de vida, ¡ps´-qué-chin-ga-dos!).
4.- Chingarme a la zorrita en el taxi, vestido (de la mitad pa´arriba) de payaso, estacionado frente a la casa de mi ex, mientras le gritaba que chingara a su reputa madre.
5.- Pedirle matrimonio a la prosti, y si me decía que sí, decirle que era broma, que si no veía mi pinche cara de payaso. Cagarme de la risa en su cara, meterle todo el varo de mi quincena en el brassier, y acto seguido, aventarla del carro en movimiento y largarme por unas chelas (robadas).
6.- Quemar el vehículo en el estacionamiento de alguna tienda departamental, juntarme un nutrido grupo de indigentes y regalarles una buena dotación de bombones para que los asaran con el fuego del coche (no conseguí más que tres weyes; se acabaron los bombones antes de poder decirles que tenían que asarlos. Ni pedo.)

Después del punto seis, mi lista ya no era una lista como tal, sino una serie de actividades desordenadamente pendejas en las que pretendía consumir toda la mañana y la tarde del 31 de diciembre. Decía más o menos lo siguiente:
“Robarme un poni. Pintar el poni de rojo y dirigirme, montado en él -cual quijote de la mancha-, a la calle principal del centro de la cuidad a piropearme a cuanta mamacita se me atraviese en el camino. Largarme antes de que la policía me la haga de pedo. Dar un rol por todo el centro cantando alguna de las rolas más culeras de Amandititita (sería difícil determinar cuál, todas están de la verga). Irme a tragar como cerdo para luego vomitarlo en el atrio de la catedral. Eructar, cagar, dormir (un ratito nada más), pistear, blasfemar, fumar y hacer el resto de esas cosas deliciosas que hacemos y que se consideran como actividades negativas, de mal gusto o desagradables. Romper cristales, jugar maquinitas, hacer bromas telefónicas e improvisar el mayor número de pendejadas que puedan ocurrírseme.”

Hice la mayoría de esas cosas sin que nada ni nadie me lo impidiera y al final, ya como a eso de las 11:30 de la noche, vi una vinatería con un putero de botellas bien cabronas en el exhibidor. Era raro, ya estaba cerrada pero las luces aún estaban encendidas. Me trepé como simio por un poste, subí al techo, rompí un  cristal de la parte superior y, cuanto intentaba jalarme una botellita de Black Label, perdí el equilibrio y rodé hacia adentro, cayendo entre los estantes hasta estrellarme en el piso. Qué buen putazo me di, además, un chingo de botellas se cayeron y terminé bañado en una mezcla extraña de whisky, vidrios y sangre.
Y ahora estoy aquí, con una pierna rota y escuchando como los policías intentan forzar la cerradura para entrar por mí. Estoy tirado en el piso, disfrazado de payaso, con vidrios clavados en todo el cuerpo y sobre un charco de sangre con alcohol, pero pisteando bien a gusto y, para ser sincero, me vale verga lo que el resto de la humanidad esté haciendo en este momento. Faltan diez minutos para que sean las 12 y del pinche maya ni sus luces, creo que ese wey fue una simple alucinación provocada por toda la mierda que me metí ese día, pero al fin y al cabo, se termine el mundo o no, para mí ya todo ha acabado. Feliz fin del mundo, culeros, y si no se acaba pues… Ni pedo. Que tengan un feliz 2012. Ojalá alguien cuide de mi poni. 

lunes, 17 de diciembre de 2012

Que los poemas de Lorca no son texanos

Que las flaquezas se quedaron en Zimbawe, mamarracho hijo de puta este. Que como no me des un vaso con agua paso a darle tremenda corrida a la puta de tu hermana, y no corrida de toros, chancho cabrón. No sabes que los fríos son los europeos, que aquí en América somos re calientes para lo de los negocios. Y más te vale que me mires a los ojos, que para eso te quiero; para recordar tu chingada cara y venir del otro pinche mundo a jalarte las patas. Me saliste más maricón que tu chingado presidente. Menudo presidente te acaban de enfilar, yo al final me largo, pero tú te quedas con tremendo teto penitente, pedazo de pendejo. Te voy a contar rapidito cuando anduve por San Fernando, me encontré un barecito todo arrancherado, como museo de vacas, toros y damas con sombreros. Pedí una cerveza; una Carta Blanca. Puta madre, que no tenían, que dizque pura Budweiser. Pinche cerveza horrible a madres. Llega un cabrón con tremendo culo de acompañante. El tipo este se arrimó a la rocola y puso unas canciones de los Tucanes. No te voy a contar más, que aún no terminaba la primera canción ya lo estaban rellenando como pavo americano de balas. Ese pinche plomo está cabrón de disimular. Por Dios que lo dejaron todito agujerado al pelado este. Uno tiene la vida prestada. El culito con el que llegó nomás lloraba y lloraba, si es que lloraba, pa’ mí que nomás estaba pujando para que no fuéramos a decir que era una culera. Llegó otra camionetota y se la cargó. Sepa a dónde se la llevaron. Dicen que los mexicanos del otro lado son más cabrones, que son re ojetes con sus paisanos, yo pienso lo mismito. Mire que bajando para Tijuana, entrando a un motelillo culero, me topé con unas de esas cintas amarillas que ponen los pinches puercos para marcar la escena del crimen, hasta parecen detectives de película los muy cerdos hijos de mil putas. Me le paré al pendejo del oficial y le pregunté que qué había pasado y me respondió con aquella arrogancia que sólo los policías tienen, aquí no pasa nada que le importe, dijo el tremendísimo mamón. Pobre pendejo, si supiera que 3 horas antes me quebré a un pendejo en el baño de aquel putero tres estrellas. Mira, cabroncito, tráeme un vasito de Coca, no seas tan hijo de la chingada, no ves que ya me voy. ¿Qué te dijo el pendejo de tu patrón? Ahí tenemos al cabrón de Montecinos, ¿apoco no? Ya lo oigo al señor. No porque me escuches acá todo malhablado vayas a pensar que siempre soy así. No, a veces, cuando la ocasión lo amerita, me pongo bien pinche Cervantes, hasta poemas de Lorca me sé. Verdad de Dios. Ahorita serás un asesino como yo, cuando jales esa palanquita. Que te perdone tu chingada madre, padre.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Réquiem poético


.

El incandescente brillo del cigarro iba y venía en la oscuridad de mi habitación, era lo único que revelaba vida, pues una vez encendido, es el tabaco quien respira liberado mientras uno se ennegrece por dentro. Repentinamente sonó el timbre de la línea telefónica al otro lado de mi dormitorio, me acerqué a él mientras apagaba el fulgor rojizo en un vaso de whisky a medio beber y una vez puse el auricular en mi oído, no pude evitar lanzar un improperio en mi mente cuando escuché aquella voz taciturna y apagada al otro lado de la línea: <<Necesito tu ayuda...>> me dijo sin ninguna formalidad previa, al parecer me conocía bastante... <<Estoy cansado>> le dije <<Además, tú ya puedes encargarte de todo, me has visto hacerlo muchas veces.>>. Hubo un silencio, más que buscar que me adulara, de verdad quería que me dejara tranquilo, ya bastaba con mi propia muerte como para preocuparme por la de otros seres. <<¡Déjate de pendejadas...! A mi no me gusta, sabes que no es lo mío, así que muévete, que ya me quiero ir a dormir>>.
Apunté la dirección y sin decir más colgué. Salí del oscuro departamento con mi gabardina, mi sombrero de viaje y con mis herramientas almacenadas en un portafolio pequeño, comencé a caminar por las calles solitarias; era una noche muy oscura y fría, con una luna pequeña y pocas estrellas. Ideal para matar. Aun pudiendo tomar un taxi resolví vagabundear hasta llegar a la casa del homicidio, que en realidad no estaba muy lejos de donde yo vivía.
Una vez frente a la pequeña casa -poco iluminada en su exterior y totalmente a oscuras por dentro- encendí otro cigarro y llamé a la puerta, casi al instante mi compañero me abrió y me saludó con un ademán del rostro. Entré y caminé por el vestíbulo vacío, siguiendo casi a ciegas al que me había llamado; pasamos hasta un gran salón iluminado a intervalos por la luz lunar que se filtraba por las ventanas sin cortinas. Rodeamos un escritorio volcado, pasamos de puntillas para evitar pisar cualquier papel o los restos de las botellas de ajenjo y menjurjes rotas. En el centro de la enorme habitación encontramos el cuerpo, una mujer bella, joven y de mirada cariñosa; estaba en una posición poco natural, con las rodillas torcidas, totalmente arqueada la espalda, una mano con los dedos cerca de sus labios rosas y la muñeca izquierda sobre su frente; en el rostro una mirada azulada dirigida hacia el techo. Su vestido blanco estaba intacto y aun despedía cierto olor picante que sólo aquellos seres despiden después de muertos.
-¿Y bien? - preguntó mi compañero sacando un pequeño bloc de notas y una pluma.
-Dramático para mi gusto – comenté mientras me acuclillaba frente al cuerpo y lo miraba de pies a cabeza – Fue un amor joven, el poeta no conoció a muchas antes de ella. La posición de su muñeca sobre la frente indica que aveces pensaba en él...
- ¿Cuánto tiempo tenía de vida?
-Diez, quizá quince poemas – suspiré – Era una musa joven. Casi una niña.
-¿Modus operandi?
-Espalda arqueada... eso indica incineración. Hay que registrar el taller, seguramente encontraremos las cartas y los poemas quemados en alguna hoguera improvisada.
Mi colega anotó los datos en su bloc y luego la miró desde su ángulo. Yo saqué mi pluma de un bolsillo de la gabardina y con ella moví levemente sus dedos aun tibios, sin alejarlos mucho de su boca.
-Los poetas novatos son muy insensibles – dijo él – No les basta con amar, ahora los ingratos quieren ser correspondidos...
-La llegó a tomar de la mano – dije sin dejar de ver los dedos de la musa manchados de tinta, ignorando el comentario de mi colega – La aproximación de los dedos a su boca indica que nunca pudo besarla, y la tinta en ellos que él escribía mucho al respecto.
Me incorporé, calé un par de inhalaciones al cigarro y después dije:
-Prepara la máquina, quiero el daguerrotipo lo antes posible.
Mi compañero obedeció, sacó de la oscuridad el baúl con el que solía trabajar y tomando de ahí la gigantesca cámara comenzó a montarla y a preparar los químicos para el retrato. Yo por mi parte restablecí el escritorio y sobre él puse mi portafolio, no sin antes apagar mi cigarro para evitar que cualquier molécula de materia ajena contaminara mi trabajo. Saqué los tinteros, eché otro vistazo a la musa muerta en el piso y después traté de combinar la tinta a base de un gotero hasta conseguir la tonalidad perfecta para ella. El resultado final fue un tono azul muy oscuro pero suave; luego busqué entre la gama de estilógrafos aquel que se adecuara a su figura, se sabe que para descubrirlo la deducción se basa en el grosor de los labios, así que utilicé un punto fino y delgado. Mientras, mi colega se había ocultado detrás de la inmensa cámara y segundos después quemó el sulfuro de yodo y el mercurio impregnando la imagen en el daguerrotipo.
Una vez hecho esto me senté con las rodillas cruzadas junto a la musa y tomando mi cuaderno la miré con más detenimiento: sus ojos azules, sus pechos pequeños, su vientre liso, sus piernas largas y contorneadas, aquellos tobillos finos y piel tersa...
Comencé a trabajar. Como si aquello se tratara de un dibujo, la miraba constantemente y a intervalos variados, escribía unas cuantas líneas en versos cortos y cada vez que me sentía falto de ideas le echaba otra mirada. Poco a poco comencé a llenar las hojas, las arrancaba y colocaba cerca de la cabeza de la musa para ver si aquella poesía, sincera pero impersonal, combinaba en efecto con sus ojos. Llegó el momento en que mi compañero, aburrido, decidió revisar el perímetro y dio con la hoguera de poemas, al entregarme los pedazos que no se habían quemado del todo pude trabajar con mayor soltura, logrando una estructura un poco más familiar para ella.
Casi al alba terminé el último poema, la musa se había desvanecido por completo, si abandonaban esta vida vivas o muertas yo nunca lo supe, nunca me daba cuenta de cuándo se iban, pero lo único que quedaba claro era que yo iba perdiendo mi vida a cada deslice de la pluma, con lo que al menos yo si dejaba de vivir un poquito en cada texto. Una vez que coloqué la hoja final con el resto, se las entregué a mi compañero para que lo archivara en una carpeta y que nunca más volvieran a ver la luz de los ojos. Guardé mis artilugios en el portafolio además del daguerrotipo que me fue entregado. Por último encendí un cigarro y miré la escena de un crimen fantasma.
-Mira el lado amable – me dijo – Si no fuera por este trabajo te habrías suicidado por falta de ideas.
-El suicidio ya está ahí... – dije con hastío – Porque para que la poesía exista debes dejar la vida en cada palabra...

Al llegar a mi departamento fui directo a mi dormitorio, ahí abrí el portafolio y extrayendo el daguerrotipo lo coloqué en mi armario, junto al resto de todas aquellas placas tomadas de cientos y cientos de musas asesinadas a pluma fría. Fui por un vaso limpio (relativamente, por supuesto) y sirviéndome un whisky de sabor rancio y barato contemplé las imágenes con los ojos cristalizados, a sabiendas de que un día de tantos, gracias a todas esas mujeres mirándome desde sus placas con lástima, súplica y hasta deseo, por fin me iba a terminar de suicidar.
-Poetas novatos – dije encendiendo un nuevo cigarro – Nunca entienden... el que muere es uno, y nunca la musa.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Canción de cuna para una puta

Una canción para tu deshonra macilenta
Relieve sonoro para la afrenta inquebrantable
Mismo escarnio para cernir el agua de tu boca
El cierzo de un cabaret se inhala como músicas de campo
La entrepierna florida de mantras y objetos inanimados
Suena una cigarra en su inhóspito bolso de puta
Hay ruedas azabaches a modo de corcel comandados por cavernícolas
Ciento ochenta grados de placer
Canciones de cuna sin cigarro
No hay leche ni ajenjo
La noche volvió légamo su misterioso jugo
Retumban las querellas
Habla el padre de la puta
Y la pléyade espera su turno tarareando y estimulando

miércoles, 22 de agosto de 2012

Rompe mi noche


Finísima espada de luz
que tibiamente vas partiendo la negra capa de la noche
¡Conviértete en el alba de mis ilusiones!
¡Haz nacer el sol en mis pupilas!
Hazlo ahora y sin demoras,
para que al caer de nuevo la noche nos encuentre muertos en su recuerdo,
y que en nuestro recuerdo ella sea tan sólo
el oscuro recinto donde nuestro calor y nuestras lenguas
se confundan con las serpientes y la lumbre
que en las tinieblas danzan insomnes.
¡Rompe mi noche!, ¡penetra la densa bruma que me separa de tu irisada figura!
Y retocemos en el fulgurante goce de nuestras bocas inquietas
hasta que se nos apaguen los latidos,
y encuentra en mis suspiros los motivos para inmortalizar tu luz.
Seamos el relámpago que en la tormenta
le destroce las entrañas a la inmensa sombra del mundo.

domingo, 15 de julio de 2012

Hoy no


Se abre, como una explosión de vomito vital, sobre mí, el cielo azul. Azul como sólo él, como sólo él, azul. Nunca dejo de admirarme de su esplendor, me atrapa, me absorbe.

Muy a su estilo, asoma sus cabellos dorados ese viejo luminoso, ese padre lejano y enorme que me acaricia desde tan lejos, que me sonríe mientras yo, unida a mi madre, avanzo lentamente danzando con el tiempo y con la eternidad de mi belleza, desplazándome cadenciosamente por una aparente inmovilidad, que, como muchas cosas, no es lo que parece.

Soy tan feliz. El viento rosa mi piel tibia y se pierde en él mismo, corre libre sobre mi cuerpo y se aleja, se aleja para jamás regresar; se va y se lleva consigo un poco de mi perfume dulce, disgregándolo por doquier, por las narices y los montes, por las veredas que jamás conoceré, por los confines de mi imaginación, allá donde tal vez están todas mis hermanas abrazando a la vida, mis hermanas que jamás veré, pero que amo con toda mi alma... Con toda mi alma.

Y aquí todo se agita a mi alrededor. Yo me limito a observar las figuras, sus matices; todo se funde en uno mismo, es una gran masa de materia colorida que se contorsiona y se ensambla en paisajes de incomparable hermosura, pero que a la vez contiene un eclecticismo tal que podría descomponerse hasta llegar a esa unidad donde ya no existen los nombres, los tú y los yo, los esto y los aquello. Es delicioso.

El tiempo sigue su marcha, transcurre y se escurre, ocurre. Pero de hecho no es así, el tiempo no existe, todo está pasando y nada más. No, pasando tampoco, estando, siendo, existiendo, eso sí. Estando como lo estoy yo.

Y el viejo risueño avanza sobre mí, y al paso de un rato que jamás pasó, se despide, se va igualmente feliz después de ayudarnos a alimentarnos, después de jugar a las sombras y a los reflejos brillantes, después de aislar un poco el frío que deja su esposa, la reina de plata. Pero la frialdad de ella también es bella, es amor frío, es fragancia oscura y delicada; cuna de sueños y romances.

En fin, disfruto tanto este ciclo eterno, este espiral vertical que reencuentra a Jesucristo con Cristóbal Colón y con un volcán asesino que brotará en un futuro que está ocurriendo ahora mismo. Suena ilógico, incoherente, diferente; no pretendo que me entiendan.

Hoy soy una pequeña flor, espléndida, lindísima y perfecta. Hoy lo soy. Hoy es una palabra que sirve para fragmentar las existencias, para obtener fotografías. Pero el hoy es el ayer y el mañana, el hoy es hoy y es siempre. Hoy también soy una prostituta que sufre y se revuelca en el caos de una vida agónica y sarnosa. Hoy soy la roca que arrojaste sobre el rostro de tu hermano, un hombre como tú. Porque sólo los hombres se arrojan rocas  a sí mismos, sólo ellos escupen sus espejos, se suicidan.

Hoy soy una flor, hoy quiero ser una flor y abrazar la tierra, hoy quiero ser hermosa y feliz, hoy quiero simplemente existir en esta forma, en esta forma en que puedo contemplar todas las demás formas bellas, el sol, la tierra, la noche, las nubes.
Hoy no seré la prostituta. Hoy no.

viernes, 13 de julio de 2012

Debajo de la cama


Mucho dicen que el cambio no es opcional sino obligatorio, pero estoy segura de que no se cambia, sólo se adapta. En lo más profundo y recóndito de las personas, siguen siendo las mismas pero bañadas en buenos modales y sonrisas cordiales. No soy experta pero vivo con un monstruo.
La noche es su cómplice, lo cobija mientras pasan sobre de él, el licor que realza su verdadera cara, y el humo despreciable con pastillas de complemento, claro, eso resulta la mejor combinación para despertar al esperpento, a  ese que de niña me decían que se ocultaba debajo de la cama. Ahora sé que existe, se disfraza todos los días  y juega a ser un humano afable y convencional, con sus gafas negras que ocultan el inventario de daños a su cuerpo.  Tenerlo cerca es sentir que te oprimen el corazón y te falta el aire, es sentir que ya no puedes sentir nada. Callar no es lo mío así que varias marcas en mi figura tienen su nombre y su apellido. 
Se ha nublado el día, él entró. Espeso y frío el viento corre y yo corro con él, hasta que despierto ¿dónde estoy?, ¿por qué estoy aquí? ¡ya no existo!. Ahora me han escondido debajo de la cama.